No hay duda, soy amigo de las hojas de los arboles y del viento que las hace mecerse. Cuando el viento llega invitando a las hojas a volar, veo como ellas se desprenden y viajan. Revolotean dando giros, maromas y saltos sin importar su destino.

Si estoy ahí comparto su juego. Viajo con ellas alrededor de los arboles, voy de un lado a otro libre sin destino y comparto con ellas esa emoción tan especial que solo puede sentirse al volar.

Platicando con mi hija, yo le confesaba que mis amigas eran las hojas y en ese momento saltó de emoción para decirme que de ella sus amigos eran los pájaros. “Papá, papá, nuestro amigos juegan juntos, vuelan juntos” me decía con gran entusiasmo.

Desde entonces mi hija y yo nos asomamos juntos frente a la ventana y encontramos a nuestros amigos ahí, paraditos, quietos a veces y en otras ocasiones revoloteando por todos lados. ¡Sí que se llevan muy bien! Van y vienen libres. Van y vienen solos, no nos necesitan para llevarse tan bien ni nosotros los necesitamos a ellos pero cuando todos estamos juntos es maravilloso. Corremos y salimos al jardín, sonreímos y alzamos los brazos para sentir el sol en la cara y con ello sentimos las sombras que se provocan cada vez que revolotean nuestros amigos y celebramos que estamos ahí, libres.